En los años 70 y 80, Alfonso Jiménez llenaba los teatros de este país. Sus obras acumulaban premios, elogios, distinciones y giras. Hoy nadie se acuerda de él y parte de su archivo personal ha sido vendido en lotes de un euro, en un mercadillo de Sevilla. Tal vez, tenga algo que ver su profundo enraizamiento popular, su trabajo incansable por reivindicar la dignidad de los pueblos, hoy que el arte parece concebido para la élite cultural y económica de las grandes ciudades.
Hace años ya que no se editaba ninguna de sus piezas y, en el 90 aniversario de su nacimiento y 25 años después de su desaparición, se hizo impostergable rendirle el homenaje debido. Y eso, tratándose de un dramaturgo, no hay mejor forma de hacerlo que publicando sus piezas.
“Pocas veces se han oído en el Teatro Capsa ovaciones tan clamorosas, sostenidas y unánimes como las que acogieron anteanoche el espectáculo de La Murga. Clamores, vítores, bravos, jubilosa algazara… Se trata de un espectáculo popular con mucha garra, una obra del pueblo para el pueblo”, escribió Martínez Tomás en la Vanguardia de Barcelona, en 1974.
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